viernes, 9 de octubre de 2009

SAID

El Hotel Cortés nada tiene que ver con la arquitectura de la colonia en la que se encuentra. Bueno sería, creo yo, que tuviera que ver. Si así fuera seguramente habría sido declarado patrimonio cultural de la prostitución o algo así. Lo llamo El Lugar de los Grandes Éxitos y no creo que sea necesario explicar por qué. Pero ahora que lo pienso también podría bautizar al Hotel Puebla, en la misma colonia, como mi Lugar de los Grandes Éxitos. Puede que esta sea mi colonia de Los Grandes Éxitos. En fin, hoy vamos a generar un éxito más. A juzgar por la manera de escribir, se trata de un extranjero que recién aprendió a escribir español, pues toda nuestra comunicación ha sido a través de mensajes de texto en el móvil. Mostré los mensajes a mis amigos y se les hizo curioso que con solo ver los mensajes lo supiera, pero ellos no son tan perceptivos. De hecho, algo más me llamó la atención: juraría que se trata de una persona en sus veintitantos, pero algo en los mensajes, tal vez la premura, me hace pensar que se trata de un adolescente. En un par de minutos lo sabré.

Acordamos vernos afuera del hotel. Lo miro desde lejos y compruebo que mi intuición seguirá conmigo hasta el último de mis días. El chico no debe tener más de veinte años. Pero hay algo más, algo sutil, algo diferente. Me mira sonriente. Me acerco. Estrecho su mano, digo “Hola, cómo estás?” y ambos sonreímos. Espero su respuesta de vuelta, pero no hay tal. Dice muy bajito algo que no alcanzo a comprender y lleva su mano a la boca en un gesto extraño. Entonces comprendo y un ligero escalofrío recorre mi cuerpo desde la espalda hasta la cabeza, convirtiéndose al final en una sonrisa de asombro: el chico es sordo. Cuando Dios me dejó usar mi libre albedrio para elegir trabajar como puto, lo tomó con mucho humor. Bien, ahora estamos frente a frente, él sonriendo inocentemente y yo seguramente con una de las caras de asombro más grandes en la historia universal de la putería. Me pregunta a señas que hacemos y le indico que entremos al hotel. Me dirijo a la ventanilla de la entrada, pido un cuarto y volteo a verlo. Él está ahí sonriendo y mirándome, con el rostro iluminado. Con un movimiento de cabeza intento hacerle entender que hay que pagar. Él, aún sonriendo, frunce ligeramente el ceño y se encoge de hombros. Saca entonces una libreta pequeña de pasta dura y escribe.

Qué hacemos nosotros?

La recepcionista debe tener una cara de sorpresa sólo ligeramente menos notoria que la mía. Escribo en su libreta

Tienes que pagar el cuarto

Yo no traigo dinero cuarto

¿Y entonces a donde pensabas que fuéramos?

Tú tengo casa?

Respiro profundamente. Pienso que en una hora tengo otra cita. Violando una de las sacrosantas leyes de la prostitución, saco un billete de mi cartera y pago el cuarto. Siento en mi espalda la sonrisa de la recepcionista y en mi trasero su mirada. Dios es más bromista de lo que pensaba.

Llegamos al cuarto. Al parecer el 105 del Hotel Cortés y yo tenemos más historia que muchas parejas casadas. Pongo en orden mis ideas, esto no va a ser cualquier cosa. Puede ser un romántico encuentro sin palabras o un accidentado encuentro con notas en una libreta pequeña de pasta dura. El que escribe este guión desayunó payaso y ¿Por qué no? Opta por lo segundo. Me acerco a él y lo miro detenidamente. Es un chico bastante guapo, más bajo que yo, delgado, pero con algo de barriga, hermosos y enormes ojos cafés y esa expresión entre curiosa y ausente que tienen los que no pueden oír. Lo beso en los labios y me besa con una agradable mezcla de ansiedad y pasión. Se aleja, me mira fijamente y escribe en su libreta

Yo quiero sexo con tú

Sonrío y afirmo con la cabeza. Pregunto por escrito cuántos años tiene. Dieciocho, escribe. Una sorpresa y sufriré un infarto. Me sereno y le indico a señas que tener sexo es lo que haremos. Comienzo a desabro/Espera, Said! Escribo en su libreta.

Tienes que pagarme. ¿Sabes eso?

El me mira con cara de confusión y escribe.

Yo traigo dinero

Suspiro aliviado y antes de que me mueva, él saca de su cartera un billete de doscientos pesos. Suspiro desaliviado. Tengo dos opciones: aclarar en una larga conversación por escrito que yo cobro mil quinientos pesos o vivir la experiencia como se presenta. Elijo, claro, la segunda. Ya lo saben, no soy un prostituto normal. Algo importante tengo que aprender de esto, sin duda.

Sonrío, tomo sus doscientos pesos, los guardo en mi cartera y comienzo a desabotonar mi camisa. Él me pide que espere y comienza a hacerlo por mí. Lo beso nuevamente y el ruido exterior desaparece. No escucho el roce de mi camisa sobre la piel cuando me la quita, ni escucho el ruido de su cinturón al caer al suelo. Escribirá de nuevo en su libreta que quiere mi verga. Pienso “Eso quieren todos” pero escribo que haremos todo lo que él quiera. Su sonrisa no puede ser más grande. Sus manos suben y bajan don desesperación por mi espalda. Toma su libreta. La quito de sus manos y le pido que me indique con su cuerpo lo que quiere. Me lleva hacia su entrepierna. Hago lo que sé hacer. Me sumerjo, me hundo, me pierdo en su mar de calma y escucho, a lo lejos, un gemido.

3 comentarios:

Jaime Rivera dijo...

Me han dicho que los mudos besan mal. Al parecer, por no saber usar la boca para hablar, no tienen buena habilidad para besar. O quizás tuvo mala suerte quien me lo contó, y le tocó un mudo que era malo pa´los besos.

Gus dijo...

Mmmm, qué te digo. Entre la ficción y la realidad, sí he estado con sordomudos y no, no besan tan mal.

Unknown dijo...

El Hotel Cortés, el Hotel Puebla, El hotel o la calle de los grandes éxitos, o de los sueños rotos
Vaya patín, vaya canciones