viernes, 9 de octubre de 2009

SAID

Son estos días extraños, Alicia. Nos ronda la angustia, la de estar vivos. Pero también nos ronda la de no querer morir. Bueno, les ronda a ellos, los otros. Pero la percibo en el aire, en la calle, en las conversaciones. Más yo me siento agradecido, más de lo normal. Agradecido de haber conocido a Silencioso, por ejemplo. Y los demás me contratan para calmar sus angustias. Y de nuevo agradezco tener este trabajo. Eso es, cuando menos, extraño.

¿De qué tamaño será mi locura? ¿Será que es tan grande que nadie, ni yo, podemos verla completa y creo (y creemos) que es lucidez? ¿Cuánto tiempo dura un trabajo para decir que es temporal? Porque todas las putas están en esto de manera temporal. Y conozco a algunas que llevan diez años taloneando. Digamos pues, que es cierto que los putos, algunos de nosotros, nos encargamos de predicar la verdad. De ser así, implica ello que esta misión no tiene fin? ¿ O significa que tenemos que encontrar nuestra verdad a través de hablar de las otras verdades, las más grandes? Quizá es sólo el lavado de coco que un ser inteligente se hace a sí mismo para justificar actos que son, desde el punto de vista de aquella moral en la que fue educado, reprobables. Ello implicaría que la manera en la que han cambiado las vidas de Empresario, Artista, Campesino, Vaquero, Silencioso y muchos otros nada tiene que ver conmigo. O que sólo soy un tipo con la suficiente capacidad para, con su verdad pequeñita, animar a los demás a hacer cambios grandes. Quizá. Quizá estas dudas me pasan por la cabeza cuando llevo más de tres días sin eyacular, como hoy.

BOCAS

25 de Septiembre de 2007

Sabia, querida Sor Juana. Fuimos ambos los peores de todos. Recordaba cómo me acompañaron tus palabras cuando sentía que él no me comprendía.

“Óyeme con los ojos,
Ya que están tan distantes los oídos,
Y de ausentes enojos
En ecos de mi pluma mis gemidos;
Y ya que a ti no llega mi voz ruda,
Óyeme sordo, pues me quejo muda.”

SAID

El Hotel Cortés nada tiene que ver con la arquitectura de la colonia en la que se encuentra. Bueno sería, creo yo, que tuviera que ver. Si así fuera seguramente habría sido declarado patrimonio cultural de la prostitución o algo así. Lo llamo El Lugar de los Grandes Éxitos y no creo que sea necesario explicar por qué. Pero ahora que lo pienso también podría bautizar al Hotel Puebla, en la misma colonia, como mi Lugar de los Grandes Éxitos. Puede que esta sea mi colonia de Los Grandes Éxitos. En fin, hoy vamos a generar un éxito más. A juzgar por la manera de escribir, se trata de un extranjero que recién aprendió a escribir español, pues toda nuestra comunicación ha sido a través de mensajes de texto en el móvil. Mostré los mensajes a mis amigos y se les hizo curioso que con solo ver los mensajes lo supiera, pero ellos no son tan perceptivos. De hecho, algo más me llamó la atención: juraría que se trata de una persona en sus veintitantos, pero algo en los mensajes, tal vez la premura, me hace pensar que se trata de un adolescente. En un par de minutos lo sabré.

Acordamos vernos afuera del hotel. Lo miro desde lejos y compruebo que mi intuición seguirá conmigo hasta el último de mis días. El chico no debe tener más de veinte años. Pero hay algo más, algo sutil, algo diferente. Me mira sonriente. Me acerco. Estrecho su mano, digo “Hola, cómo estás?” y ambos sonreímos. Espero su respuesta de vuelta, pero no hay tal. Dice muy bajito algo que no alcanzo a comprender y lleva su mano a la boca en un gesto extraño. Entonces comprendo y un ligero escalofrío recorre mi cuerpo desde la espalda hasta la cabeza, convirtiéndose al final en una sonrisa de asombro: el chico es sordo. Cuando Dios me dejó usar mi libre albedrio para elegir trabajar como puto, lo tomó con mucho humor. Bien, ahora estamos frente a frente, él sonriendo inocentemente y yo seguramente con una de las caras de asombro más grandes en la historia universal de la putería. Me pregunta a señas que hacemos y le indico que entremos al hotel. Me dirijo a la ventanilla de la entrada, pido un cuarto y volteo a verlo. Él está ahí sonriendo y mirándome, con el rostro iluminado. Con un movimiento de cabeza intento hacerle entender que hay que pagar. Él, aún sonriendo, frunce ligeramente el ceño y se encoge de hombros. Saca entonces una libreta pequeña de pasta dura y escribe.

Qué hacemos nosotros?

La recepcionista debe tener una cara de sorpresa sólo ligeramente menos notoria que la mía. Escribo en su libreta

Tienes que pagar el cuarto

Yo no traigo dinero cuarto

¿Y entonces a donde pensabas que fuéramos?

Tú tengo casa?

Respiro profundamente. Pienso que en una hora tengo otra cita. Violando una de las sacrosantas leyes de la prostitución, saco un billete de mi cartera y pago el cuarto. Siento en mi espalda la sonrisa de la recepcionista y en mi trasero su mirada. Dios es más bromista de lo que pensaba.

Llegamos al cuarto. Al parecer el 105 del Hotel Cortés y yo tenemos más historia que muchas parejas casadas. Pongo en orden mis ideas, esto no va a ser cualquier cosa. Puede ser un romántico encuentro sin palabras o un accidentado encuentro con notas en una libreta pequeña de pasta dura. El que escribe este guión desayunó payaso y ¿Por qué no? Opta por lo segundo. Me acerco a él y lo miro detenidamente. Es un chico bastante guapo, más bajo que yo, delgado, pero con algo de barriga, hermosos y enormes ojos cafés y esa expresión entre curiosa y ausente que tienen los que no pueden oír. Lo beso en los labios y me besa con una agradable mezcla de ansiedad y pasión. Se aleja, me mira fijamente y escribe en su libreta

Yo quiero sexo con tú

Sonrío y afirmo con la cabeza. Pregunto por escrito cuántos años tiene. Dieciocho, escribe. Una sorpresa y sufriré un infarto. Me sereno y le indico a señas que tener sexo es lo que haremos. Comienzo a desabro/Espera, Said! Escribo en su libreta.

Tienes que pagarme. ¿Sabes eso?

El me mira con cara de confusión y escribe.

Yo traigo dinero

Suspiro aliviado y antes de que me mueva, él saca de su cartera un billete de doscientos pesos. Suspiro desaliviado. Tengo dos opciones: aclarar en una larga conversación por escrito que yo cobro mil quinientos pesos o vivir la experiencia como se presenta. Elijo, claro, la segunda. Ya lo saben, no soy un prostituto normal. Algo importante tengo que aprender de esto, sin duda.

Sonrío, tomo sus doscientos pesos, los guardo en mi cartera y comienzo a desabotonar mi camisa. Él me pide que espere y comienza a hacerlo por mí. Lo beso nuevamente y el ruido exterior desaparece. No escucho el roce de mi camisa sobre la piel cuando me la quita, ni escucho el ruido de su cinturón al caer al suelo. Escribirá de nuevo en su libreta que quiere mi verga. Pienso “Eso quieren todos” pero escribo que haremos todo lo que él quiera. Su sonrisa no puede ser más grande. Sus manos suben y bajan don desesperación por mi espalda. Toma su libreta. La quito de sus manos y le pido que me indique con su cuerpo lo que quiere. Me lleva hacia su entrepierna. Hago lo que sé hacer. Me sumerjo, me hundo, me pierdo en su mar de calma y escucho, a lo lejos, un gemido.

miércoles, 11 de marzo de 2009

SAID

El fin de semana pasó sin novedad, con mi hermana angustiada por algo. En realidad no lo recuerdo bien, pero tratándose de mi hermana, uno puede decir que estaba angustiada por algo y tener casi el cien por ciento de certeza de que así fue. Llegó el lunes y con él llegué de vuelta a la ciudad y llegaste de vuelta a mi mente. Pensé que marcarías, ya que tenías mi teléfono (la ingenuidad y la seguridad del concursante parecen lo mismo a veces). Y te fuiste para regresar el martes. Ese día tenía una entrevista cerca del metro Pino Suárez y pensé que estando cerca del metro Balderas podía pasar a visitarte, al negocio del que habías hablado. Con mi único trajecito azul marino, bañadito, perfumado y muy guapito, con una especie de revoloteo desconocido en el estómago y un temblor de manos que atribuí a la difícil entrevista, con todo eso, bajé del tren en la estación Balderas. Y apenas bajé del tren, la realidad me abordó: esta estación, como la mayoría de las estaciones del metro, tenía cuatro salidas. Y si algo tenía claro en ese momento, era que no buscaría en las cuatro salidas de una estación del metro que de por sí no conocía. Así que me decidí por la más cercana y comencé a asomarme a los locales comerciales que había dentro del metro: una librería, una pizzería, una tienda de perfumes y un local de venta de donas. ¿Dónde trabajaría un chico de mirada torva, veintitantos y cuerpo antojable? Por supuesto, vendiendo donas. Pero quien se encontraba ahí era una paisanita morena, bajita y con algo similar a una dona alrededor de su cintura, pero nada más. Seguro entonces el chico de las botitas raras trabajaba en otro turno. Pero ¿Cómo preguntar por ti sin hacer evidente que yo era…homosexual? Porque claro, todo mundo sabría que un chico que pregunta por otro chico seguro es rarito. La testosterona, o eso creí yo, pudo más que el miedo y le pregunté a Chicadona por…ti. Y la realidad trasbordó de sus labios a mis oídos, con un pase que decía “Aquí no trabaja nadie con ese nombre”. Entonces apareció la certeza, mi eterna compañera y me dije que el local no tenía que estar adentro del metro, debía estar afuera. Así que iba a tomar la salida a la calle desconocida, iba a caminar de frente, sin voltear y en el momento en el que volteara, ése sería el famoso negocio. Y así fue.
Tu mirada de sorpresa fue el trofeo para mis empeños. Yo te llevaba dos segundos de ventaja, pues cuando volteé tu cargabas una caja con contenido desconocido. Esos brazos. “Uff, es cargador” me dije, dejándome llevar por una breve ensoñación erótica con un hombre de trabajo rudo. Pero la realidad me demostró esa tarde que tiene un pase de abordar vitalicio.
¿Qué haces aquí?
Pasé a saludarte
Pero te había dicho que tenía un negocio, no de que era ni donde estaba.
Pues salí del metro y me dije que en cuanto volteara ese sería tu local y aquí estoy.
Me invitaste a entrar y entonces me di cuenta de que no eras un cargador. Lo que atravesé para llegar a donde estabas era una especie de enorme mesa llena de libros.

SAID

Casi en la esquina de la avenida dieciséis de Septiembre y la calle de Palma había, hasta hace unos años, un Woolworth. Enfrente de él, cruzando la calle, había varias joyerías y justo en la esquina de Palma y Dieciséis de Septiembre existe todavía un puesto de periódicos. Fue ahí donde mi mirada se topó con la tuya por primera vez ¿Recuerdas, Bocas? Yo tenía apenas cinco días en esta ciudad que me aceptó como un hijo más, era viernes por la tarde y en unas horas me iba de fin de semana a ver a mi hermana. Fue una sola ojeada a tu mirada torva, distante, la que me animó a acercarme. Nunca antes me había acercado a hablarle a un hombre, pues siempre me hablaban a mí. Pero lo hice esa vez. Me acerqué con un pretexto real, que nunca creíste: te pregunté por un teléfono público y con una sonrisa de burla me dijiste que había uno a mis espaldas. Ruborizado –sí, lo conseguiste - aclaré que buscaba uno de tarjeta, no de monedas y la plática había comenzado. Me preguntaste que de donde era, porque para ti era obvio que no era de la ciudad. “Nací en el norte, pero he vivido en muchas partes” contesté. Caminábamos por la orilla de la manzana, sonriendo tú y pensando yo en lo bueno que te veías, en que no había nunca visto botitas como las que traías puestas y en que había dejado a mis primas en la joyería escogiendo el anillo de bodas de una de ellas. Seguro mis ojos, como es su costumbre, me delataron, porque me preguntaste si algo me preocupaba. Te conté que venía acompañando a dos de mis primas a escoger el anillo de bodas de una de ellas, médico para más señas. No sabía en ese momento que ese fue el pretexto del destino para que nos conociéramos, porque unas semanas después mi prima encontró a su prometido en brazos de una enfermera, la boda nunca se realizó y no supe más del anillo que le ayudamos a escoger ese día. Lo que sí sabía era lo que quería hacer contigo con el poco tiempo que tenía y pregunté si conocías algún lugar cercano al que pudiéramos ir, a lo que contestaste “Sí, hay unos baños aquí cerca”. Sonreí pensando en lo que se acercaba y entonces remataste con un “Pero yo no soy de esos.”. Sonrojado por segunda vez, sintiéndome el más puto del Universo por haber hecho la pregunta y doblemente frustrado porque era la primera vez que me atrevía a hacerlo, cambié el tema o más bien dejé que lo cambiaras. Me preguntaste a qué me dedicaba, te contesté que estaba buscando trabajo, te pregunté a qué te dedicabas y me comentaste que estudiabas música y atendías un negocio, te pregunté dónde y me contestaste que a la salida del metro Balderas y se nos terminó la cuadra. Te dí mi teléfono para que me llamaras (nótese la seguridad del concursante) te pedí el tuyo y me dijiste que no acostumbrabas dárselo a extraños. Ruborizado por tercera ocasión, me despedía de prisa, con el temor de ser descubierto y una extraña sensación en el pecho. El tiempo, más sabio que yo, se encargaría de aclararme qué era esa sensación.

SAID

Él, con su piel pálida y sus ojos de miel. Yo, con mi sonrisa a flor de rostro y mi mirada brillante. Él, con los músculos marcándose bajo la playera ajustada. Yo, con el instinto exaltado. Nos miramos y volvemos a mirarnos, cada uno en una acera de la avenida que divide a la ciudad. Yo en el Oriente, él en el Poniente. Son las nueve de la noche, tenemos muchas ganas y muy poco que perder. “Ven!” “No, ven tú.” Y Occidente se acerca a Oriente en son de cachondez, tan fácil que es. Un guiño/una sonrisa una pregunta/un gesto con la cabeza un roce de mano/un apretón un sentarse en la banqueta/un abrazarse sus labios/mis labios su mano/mi pezón mi mano/su bragueta su verga/mi verga. Y esta avenida que divide a la ciudad nos une en un solo ser orgásmico indivisible, que vacía su semilla sobre la tierra. Pero esto no es tierra, es concreto. Si nuestra semilla echa raíz, sabrán de donde salen tantos niños de la Calle.

martes, 3 de marzo de 2009

SAID

Tomando en cuenta todo lo anterior y si saben sumar y restar se darán cuenta de que las profesiones más riesgosas son estrella de rock, relacionista público y prostituto. Por eso para mí no es fácil saber que dotación me terminaré primero. Porque sí que he visto y besado. Y he sido muy mirado y muy besado y eso que no me gustaba besar. Pero lo mirado o besado no cuenta Es, literalmente, harina de otro costal. Por otro lado, me gusta mirar y más aún, perderme en otra mirada. Perderse en otra mirada es la mejor manera de encontrarse. Soy Y la gente admira los míos, curioso juego de espejos. También las miradas oscuras, que ocultan algo, ejercen en mi fascinación. Perderse en miradas perdidas que se encuentran súbitamente con la tuya. Así me pasó.



...



Los putos tenemos una misión importante. Hemos influido más de una vez en el destino de imperios completos, de reyes, de ciudades. El mismo Cristo cuando vino a entregarnos el famoso mensaje que no le entendieron, se lió con una puta que si lo entendió. Y no me digan que no, porque conozco bien a mi hermano, que es hermano suyo cuando les conviene. Pero la gente decente no admite en público que la mejor amiga del más insigne de sus hermanos era puta, verdad? O la niegan en público o pasan por alto su profesión. Pedro negó tres veces a Cristo. ¿Cuántas veces han negado ustedes a Magdalena?