miércoles, 11 de marzo de 2009

SAID

Casi en la esquina de la avenida dieciséis de Septiembre y la calle de Palma había, hasta hace unos años, un Woolworth. Enfrente de él, cruzando la calle, había varias joyerías y justo en la esquina de Palma y Dieciséis de Septiembre existe todavía un puesto de periódicos. Fue ahí donde mi mirada se topó con la tuya por primera vez ¿Recuerdas, Bocas? Yo tenía apenas cinco días en esta ciudad que me aceptó como un hijo más, era viernes por la tarde y en unas horas me iba de fin de semana a ver a mi hermana. Fue una sola ojeada a tu mirada torva, distante, la que me animó a acercarme. Nunca antes me había acercado a hablarle a un hombre, pues siempre me hablaban a mí. Pero lo hice esa vez. Me acerqué con un pretexto real, que nunca creíste: te pregunté por un teléfono público y con una sonrisa de burla me dijiste que había uno a mis espaldas. Ruborizado –sí, lo conseguiste - aclaré que buscaba uno de tarjeta, no de monedas y la plática había comenzado. Me preguntaste que de donde era, porque para ti era obvio que no era de la ciudad. “Nací en el norte, pero he vivido en muchas partes” contesté. Caminábamos por la orilla de la manzana, sonriendo tú y pensando yo en lo bueno que te veías, en que no había nunca visto botitas como las que traías puestas y en que había dejado a mis primas en la joyería escogiendo el anillo de bodas de una de ellas. Seguro mis ojos, como es su costumbre, me delataron, porque me preguntaste si algo me preocupaba. Te conté que venía acompañando a dos de mis primas a escoger el anillo de bodas de una de ellas, médico para más señas. No sabía en ese momento que ese fue el pretexto del destino para que nos conociéramos, porque unas semanas después mi prima encontró a su prometido en brazos de una enfermera, la boda nunca se realizó y no supe más del anillo que le ayudamos a escoger ese día. Lo que sí sabía era lo que quería hacer contigo con el poco tiempo que tenía y pregunté si conocías algún lugar cercano al que pudiéramos ir, a lo que contestaste “Sí, hay unos baños aquí cerca”. Sonreí pensando en lo que se acercaba y entonces remataste con un “Pero yo no soy de esos.”. Sonrojado por segunda vez, sintiéndome el más puto del Universo por haber hecho la pregunta y doblemente frustrado porque era la primera vez que me atrevía a hacerlo, cambié el tema o más bien dejé que lo cambiaras. Me preguntaste a qué me dedicaba, te contesté que estaba buscando trabajo, te pregunté a qué te dedicabas y me comentaste que estudiabas música y atendías un negocio, te pregunté dónde y me contestaste que a la salida del metro Balderas y se nos terminó la cuadra. Te dí mi teléfono para que me llamaras (nótese la seguridad del concursante) te pedí el tuyo y me dijiste que no acostumbrabas dárselo a extraños. Ruborizado por tercera ocasión, me despedía de prisa, con el temor de ser descubierto y una extraña sensación en el pecho. El tiempo, más sabio que yo, se encargaría de aclararme qué era esa sensación.

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