miércoles, 11 de marzo de 2009

SAID

Él, con su piel pálida y sus ojos de miel. Yo, con mi sonrisa a flor de rostro y mi mirada brillante. Él, con los músculos marcándose bajo la playera ajustada. Yo, con el instinto exaltado. Nos miramos y volvemos a mirarnos, cada uno en una acera de la avenida que divide a la ciudad. Yo en el Oriente, él en el Poniente. Son las nueve de la noche, tenemos muchas ganas y muy poco que perder. “Ven!” “No, ven tú.” Y Occidente se acerca a Oriente en son de cachondez, tan fácil que es. Un guiño/una sonrisa una pregunta/un gesto con la cabeza un roce de mano/un apretón un sentarse en la banqueta/un abrazarse sus labios/mis labios su mano/mi pezón mi mano/su bragueta su verga/mi verga. Y esta avenida que divide a la ciudad nos une en un solo ser orgásmico indivisible, que vacía su semilla sobre la tierra. Pero esto no es tierra, es concreto. Si nuestra semilla echa raíz, sabrán de donde salen tantos niños de la Calle.

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