miércoles, 11 de marzo de 2009

SAID

El fin de semana pasó sin novedad, con mi hermana angustiada por algo. En realidad no lo recuerdo bien, pero tratándose de mi hermana, uno puede decir que estaba angustiada por algo y tener casi el cien por ciento de certeza de que así fue. Llegó el lunes y con él llegué de vuelta a la ciudad y llegaste de vuelta a mi mente. Pensé que marcarías, ya que tenías mi teléfono (la ingenuidad y la seguridad del concursante parecen lo mismo a veces). Y te fuiste para regresar el martes. Ese día tenía una entrevista cerca del metro Pino Suárez y pensé que estando cerca del metro Balderas podía pasar a visitarte, al negocio del que habías hablado. Con mi único trajecito azul marino, bañadito, perfumado y muy guapito, con una especie de revoloteo desconocido en el estómago y un temblor de manos que atribuí a la difícil entrevista, con todo eso, bajé del tren en la estación Balderas. Y apenas bajé del tren, la realidad me abordó: esta estación, como la mayoría de las estaciones del metro, tenía cuatro salidas. Y si algo tenía claro en ese momento, era que no buscaría en las cuatro salidas de una estación del metro que de por sí no conocía. Así que me decidí por la más cercana y comencé a asomarme a los locales comerciales que había dentro del metro: una librería, una pizzería, una tienda de perfumes y un local de venta de donas. ¿Dónde trabajaría un chico de mirada torva, veintitantos y cuerpo antojable? Por supuesto, vendiendo donas. Pero quien se encontraba ahí era una paisanita morena, bajita y con algo similar a una dona alrededor de su cintura, pero nada más. Seguro entonces el chico de las botitas raras trabajaba en otro turno. Pero ¿Cómo preguntar por ti sin hacer evidente que yo era…homosexual? Porque claro, todo mundo sabría que un chico que pregunta por otro chico seguro es rarito. La testosterona, o eso creí yo, pudo más que el miedo y le pregunté a Chicadona por…ti. Y la realidad trasbordó de sus labios a mis oídos, con un pase que decía “Aquí no trabaja nadie con ese nombre”. Entonces apareció la certeza, mi eterna compañera y me dije que el local no tenía que estar adentro del metro, debía estar afuera. Así que iba a tomar la salida a la calle desconocida, iba a caminar de frente, sin voltear y en el momento en el que volteara, ése sería el famoso negocio. Y así fue.
Tu mirada de sorpresa fue el trofeo para mis empeños. Yo te llevaba dos segundos de ventaja, pues cuando volteé tu cargabas una caja con contenido desconocido. Esos brazos. “Uff, es cargador” me dije, dejándome llevar por una breve ensoñación erótica con un hombre de trabajo rudo. Pero la realidad me demostró esa tarde que tiene un pase de abordar vitalicio.
¿Qué haces aquí?
Pasé a saludarte
Pero te había dicho que tenía un negocio, no de que era ni donde estaba.
Pues salí del metro y me dije que en cuanto volteara ese sería tu local y aquí estoy.
Me invitaste a entrar y entonces me di cuenta de que no eras un cargador. Lo que atravesé para llegar a donde estabas era una especie de enorme mesa llena de libros.

SAID

Casi en la esquina de la avenida dieciséis de Septiembre y la calle de Palma había, hasta hace unos años, un Woolworth. Enfrente de él, cruzando la calle, había varias joyerías y justo en la esquina de Palma y Dieciséis de Septiembre existe todavía un puesto de periódicos. Fue ahí donde mi mirada se topó con la tuya por primera vez ¿Recuerdas, Bocas? Yo tenía apenas cinco días en esta ciudad que me aceptó como un hijo más, era viernes por la tarde y en unas horas me iba de fin de semana a ver a mi hermana. Fue una sola ojeada a tu mirada torva, distante, la que me animó a acercarme. Nunca antes me había acercado a hablarle a un hombre, pues siempre me hablaban a mí. Pero lo hice esa vez. Me acerqué con un pretexto real, que nunca creíste: te pregunté por un teléfono público y con una sonrisa de burla me dijiste que había uno a mis espaldas. Ruborizado –sí, lo conseguiste - aclaré que buscaba uno de tarjeta, no de monedas y la plática había comenzado. Me preguntaste que de donde era, porque para ti era obvio que no era de la ciudad. “Nací en el norte, pero he vivido en muchas partes” contesté. Caminábamos por la orilla de la manzana, sonriendo tú y pensando yo en lo bueno que te veías, en que no había nunca visto botitas como las que traías puestas y en que había dejado a mis primas en la joyería escogiendo el anillo de bodas de una de ellas. Seguro mis ojos, como es su costumbre, me delataron, porque me preguntaste si algo me preocupaba. Te conté que venía acompañando a dos de mis primas a escoger el anillo de bodas de una de ellas, médico para más señas. No sabía en ese momento que ese fue el pretexto del destino para que nos conociéramos, porque unas semanas después mi prima encontró a su prometido en brazos de una enfermera, la boda nunca se realizó y no supe más del anillo que le ayudamos a escoger ese día. Lo que sí sabía era lo que quería hacer contigo con el poco tiempo que tenía y pregunté si conocías algún lugar cercano al que pudiéramos ir, a lo que contestaste “Sí, hay unos baños aquí cerca”. Sonreí pensando en lo que se acercaba y entonces remataste con un “Pero yo no soy de esos.”. Sonrojado por segunda vez, sintiéndome el más puto del Universo por haber hecho la pregunta y doblemente frustrado porque era la primera vez que me atrevía a hacerlo, cambié el tema o más bien dejé que lo cambiaras. Me preguntaste a qué me dedicaba, te contesté que estaba buscando trabajo, te pregunté a qué te dedicabas y me comentaste que estudiabas música y atendías un negocio, te pregunté dónde y me contestaste que a la salida del metro Balderas y se nos terminó la cuadra. Te dí mi teléfono para que me llamaras (nótese la seguridad del concursante) te pedí el tuyo y me dijiste que no acostumbrabas dárselo a extraños. Ruborizado por tercera ocasión, me despedía de prisa, con el temor de ser descubierto y una extraña sensación en el pecho. El tiempo, más sabio que yo, se encargaría de aclararme qué era esa sensación.

SAID

Él, con su piel pálida y sus ojos de miel. Yo, con mi sonrisa a flor de rostro y mi mirada brillante. Él, con los músculos marcándose bajo la playera ajustada. Yo, con el instinto exaltado. Nos miramos y volvemos a mirarnos, cada uno en una acera de la avenida que divide a la ciudad. Yo en el Oriente, él en el Poniente. Son las nueve de la noche, tenemos muchas ganas y muy poco que perder. “Ven!” “No, ven tú.” Y Occidente se acerca a Oriente en son de cachondez, tan fácil que es. Un guiño/una sonrisa una pregunta/un gesto con la cabeza un roce de mano/un apretón un sentarse en la banqueta/un abrazarse sus labios/mis labios su mano/mi pezón mi mano/su bragueta su verga/mi verga. Y esta avenida que divide a la ciudad nos une en un solo ser orgásmico indivisible, que vacía su semilla sobre la tierra. Pero esto no es tierra, es concreto. Si nuestra semilla echa raíz, sabrán de donde salen tantos niños de la Calle.

martes, 3 de marzo de 2009

SAID

Tomando en cuenta todo lo anterior y si saben sumar y restar se darán cuenta de que las profesiones más riesgosas son estrella de rock, relacionista público y prostituto. Por eso para mí no es fácil saber que dotación me terminaré primero. Porque sí que he visto y besado. Y he sido muy mirado y muy besado y eso que no me gustaba besar. Pero lo mirado o besado no cuenta Es, literalmente, harina de otro costal. Por otro lado, me gusta mirar y más aún, perderme en otra mirada. Perderse en otra mirada es la mejor manera de encontrarse. Soy Y la gente admira los míos, curioso juego de espejos. También las miradas oscuras, que ocultan algo, ejercen en mi fascinación. Perderse en miradas perdidas que se encuentran súbitamente con la tuya. Así me pasó.



...



Los putos tenemos una misión importante. Hemos influido más de una vez en el destino de imperios completos, de reyes, de ciudades. El mismo Cristo cuando vino a entregarnos el famoso mensaje que no le entendieron, se lió con una puta que si lo entendió. Y no me digan que no, porque conozco bien a mi hermano, que es hermano suyo cuando les conviene. Pero la gente decente no admite en público que la mejor amiga del más insigne de sus hermanos era puta, verdad? O la niegan en público o pasan por alto su profesión. Pedro negó tres veces a Cristo. ¿Cuántas veces han negado ustedes a Magdalena?

SÁNDOR

Saidespabilado dice:
Jajajajajajajajajajajajajajaja
Saidespabilado dice:
Es en serio? De verdad no sabes lo que es un escort?
Sándor dice:
No le veo la gracia
Saidespabilado dice:
Ok, ok. Qué edad tienes?
Saidespabilado dice:
18, ya recuerdo
Saidespabilado dice:
Ok, entonces eres nuevo en esto. Qué lindo!
Sándor dice:
¿
Said dice:
Un escort es un prostituto, un puto, un acompañante, un vendedor de caricias, pues.

lunes, 2 de marzo de 2009

SAID

Por último vienen los besos. Si, seguro dirán “Las respiraciones y las miradas tienen que ver con la vida ¿Qué tienen que ver los besos?”. Podría contestarles groseramente “No me pregunten a mí, yo no hice las reglas” pero la respuesta es clara. En este mundo promedio de comportamientos promedio, hasta el creador primario tiene que hacer ajustes. Y los besos son una expresión de vida. Una expresión social y de afecto, si, pero sobre todo de vida. Por cierto, dependiendo de donde hayas nacido puede que tu equipaje de vida venga lleno de frotes de nariz en lugar de besos. Nosotros los inventamos, él los utiliza. La relación entre creador y creación es bidireccional. Pero dejémonos de tecnicismos. Volviendo a los promedios, uno de nosotros tendrá sólo cinco millones treinta y siete mil ochocientos setenta y seis besos para disfrutar durante su vida. Esto corresponde tan sólo al cero punto tres por ciento de las miradas que nos tocan. Les digo algo: creo que es culpa nuestra. Besamos poco y seguramente El Que Reparte Los Sacos tomó estadísticas de los últimos siglos y las aplicó. Así es, nos toca un poco más de ciento ochenta y cuatro besos por día para todos los días que queramos besar. Ciento ochenta y cuatro besos al día pueden parecer demasiados. Sobre todo si conocemos a gente como una amiga mía, cuyo promedio de besos por día es dos: los que le da a su madre cuando sale y cuando regresa a su casa. Pero ciento ochenta y cuatro besos al día pueden ser muchos o pocos dependiendo de la época de nuestra vida. Por ejemplo, entre los cero y los quince años besamos mucho menos que entre los quince y los treinta. Pero, detalles del análisis estadístico, El Que Contabiliza Los Besos no tiene tiempo para ponerse a discernir cuales fueron besos de amor. Así es que cuentan todos. Besos de saludo, besos de despedida, besos desesperados, besos parsimoniosos, besos robados, besos perdidos, besos para los que ya no están, besos para los que aún no han llegado, besos al aire, besos del aire, besos arrinconados, besos desenfadados, besos de noche y día, besos de amor, amor de besos, besos nunca dados, besos fugaces que se vuelven eternos, en fin, todos los besos.

SÁNDOR

Saidivertido dice:
Bueno, no prob.
Saidivertido dice:
A qué te dedicas?
Sándor dice:
Estudio, hago ilustraciones, pinto…
Interesaido dice:
Bien, muy bien. Un artista, entonces.
Sándor dice:
No diría necesariamente que un artista. Alguien en proceso de serlo, tal vez.
Sándor dice:
Y tú? A qué te dedicas?
Interesaido dice:
Soy escort.
Interesaido dice:

Solo en la vastedad cibernética dice:

Sozinho dice:

Sozinho dice:
(Aceptémoslo, se desmayó)
Sándor dice:
No, no.
Sándor dice:
Es que no sé
Saidespabilado dice:
Qué?
Sándor dice:
Qué es un escort?

SAID

Pasemos ahora a las miradas. El hombre o mujer promedio cuenta aproximadamente con un número de miradas equivalente al sesenta por ciento de sus respiraciones. Esto es razonable tomando en cuenta que pasamos aproximadamente un tercio de nuestra vida dormidos. Si Dios no es pendejo. Esto corresponde a mil seiscientos setenta y nueve millones doscientas noventa y dos mil miradas durante la vida promedio de un tipo promedio en este mundo promedio. Si lo piensan bien, podrían estar haciendo mejor uso de ellas que leyendo las noticias financieras. Porque el caso de las miradas es un caso interesante. Seguro los artistas, los fotógrafos y los ancianos son quienes hacen uso más sabio de ellas. “Ver la vida, ver el mundo, ser testigo de grandes sucesos.”, como decía aquél periodista. Y como decía yo, es un caso interesante éste, el de las miradas, porque es tal vez el que más variaciones tiene. Están los ciegos. “Los que nacen ciegos no verían ni siquiera su primera luz” argumentarían ustedes. Pero El Que Reparte las Miradas, como dije, tiene de pendejo lo que yo tengo de ruso. Porque los ciegos reciben una porción de miradas que aprenderán a repartir entre el tacto, el oído y el olfato. Si han sentido el escalofrío de ser mirado por una mano curiosa que busca, palpa, reconoce, entenderán lo que digo. Si no, ¿Qué han hecho con su vida? Podríamos aprender mucho de ellos, porque sin contar con los ojos miran y ven. También están los que se quedan ciegos. Para ellos aplica lo mismo. Deberán aprender a mirar de nuevo, pero no les ha sido robada ni una sola de sus miradas, es sólo un intercambio de medios. Vale la pena pensar en que muchos de los que quedan ciegos quedan ciegos en guerras. La guerra que por sí sola es una forma estúpida de ceguera, contagia a muchos de los que en ella participan. Y puede que algunos, asqueados de ver a la guerra y sus muertos, eligan dejar de ver con los ojos. Porque si eligen dejar de ver por completo se llama resición de contrato. O suicidio, como le dicen. Eso me recuerda que en mi familia algo tienen con las miradas. Mi papá es un caso de ceguera por elección, por ejemplo. No le gustaba tener un hijo maricón. Eran tan grande su deseo de no ver lo que tenía frente a los ojos, que perdió la vista en uno de ellos. Entonces entendió. Ahora mira todo lo que puede. Y sonríe más. Y sé que no morirá por agotamiento de miradas, como murió mi abuela, la madre de mi madre. Era buena y estaba llena de verdad. Sus ojos azules, casi grises de tanto mirar, usaron todas sus miradas. Nadie entendió por qué, cuando mi madre le daba en la boca su última comida, se ahogó con ella. Es claro que uno no se ahoga si ya no respira. Se ahogó porque todavía respiraba, pero las miradas se le agotaron unos segundos antes. Unos segundos. Una última mirada. Ningún beso de despedida.

SÁNDOR

Bien, se que no puedo contar con tu opinión, pero al menos sirve para desahogarse escribirlo de esa manera. Además, tu opinión es post mortem, dado que estás leyendo la delación de los hechos. De cualquier forma, mis dudas se disiparon de inmediato, como leerás a continuación:
Saidissapointed dice:
Eits!
Saidissapointed dice:
Sigues ahí?
Marco dice:
Si, si, disculpa
Saidissapointed dice:
Pensé que estarías hablando con alguien más.
Saidissapointed dice:
Escribiendo, perdón
Marco dice:
No.
Marco dice:
Me quedé pensando en tu respuesta
Saidissapointed dice:
Por? Es rara? Nadie lee tu perfil? Eres un niño sin amor?
Marco dice:
Jajajaja
Marco dice:
No, sólo que no es común que la gente me diga eso.
Saidivertido dice:
Bueno, si lo único que podemos hacer en un sitio de contactos es leernos y ver nuestras fotos, no creo que la gente no lea los perfiles.
Marco dice:
Si, tienes razón.
Saidivertido dice:
Bueno y tienes alguna foto TUYA?
Marco dice:
No, no tengo ninguna
Saidivertido dice:
:(

SAID

La dotación de besos, abrazos y miradas se establece en el momento en que somos concebidos, pero no es un número fijo. Por ello hay bebés que viven un día y ancianos de cientocuatro años. Por supuesto que tampoco se considera la privación de la libertad de elección, acto éste que sólo el hombre realiza contra el hombre mismo. Los que han perdido la libertad, los asesinados (de manera fulminante o de poco a poco, como en este país) y algunos otros no gastan sus dotaciones como quisieran. Lo que la mayoría olvida es que son libres de hacerlo. Sobre todo los prisioneros, podrían gastar mejor sus miradas y sus besos, pero aprenden a respirar agitadamente y casi invariablemente agotan esa dotación primero. Así que tomando en cuenta la libertad de elegir que el noventa y nueve punto cinco por ciento de nosotros traemos de fábrica, la cosa es muy pareja. Pero para darles una mejor idea y viendo que hoy en día la mayoría de ustedes entiende mal la vida pero bien las estadísticas, utilizaré promedios, que sirven para medir la vida en todos los casos. Así, un individuo promedio nace con un costal o bolsa o saco de dos mil setecientos noventa y ocho millones ochocientes veinte mil respiraciones para repartir como mejor le plazca. Desde su primer llanto hasta su última exhalación, sin descuentos. Por supuesto que en los primeros meses de vida las utiliza sabiamente, para crecer y aprender. Aunque también hay excepciones. Aquí se explica el conocido caso de la muerte de cuna o como sea que le llamen. Estos bebés nacieron apenas con unos miles de respiraciones en su bolsita, sea de yute o Louis Vuitton. Vinieron a dar una ojeada, como se dice. Después de los primeros años de uso sabio de las respiraciones, el niño aprende a hacer estupideces, como angustiarse, exigirle de más a su cuerpo porque su papá los inscribió en el concurso de gimnasia y cosas por el estilo. Y comienza a hacer mal uso de sus respiraciones. Hasta que llega la adolescencia y se enamora. Entonces un buen día, siente como si su corazón se detuviera y un enorme suspiro sale del centro de su pecho y su mirada se mira en otra mirada y su cuerpo se cuerpo se pierde en otro cuerpo y comparte un beso. Si es sabio, buscará que ese momento dure tanto que parezca una eternidad. Si no, volverá a gastarse las miradas, las respiraciones y los besos buscando volver a sentir. Buscando. Tal vez se busque en muchos cuerpos, tal vez se busque en muchos besos, tal vez se busque en miradas a muchas ciudades en muchos países. Tal vez se encuentre.

BOCAS

17 de Mayo de 2005
El tiempo escurre, gotea de la ventana y poco a poco inunda toda mi habitación. Segundos, minutos, horas. Un gran charco de horas aguadas. Prometo que en un rato más me levanto a secarlo, no quiero que se convierta en días.

19 de Mayo de 2005
Decías "Y perdido en tu mirada..." Ja, nunca te perdiste, nunca dejaste de ser tú. Fui yo el que se perdió. ¿Cuántos nos perdimos ahí? ¿Cuántos seguirán ahí, perdidos?