miércoles, 25 de febrero de 2009

BOCAS

16 de Mayo del 2005
He venido hoy aquí para tomar un café, para aprovechar el día soleado y para escribir. Tomo mi mesa que da a la calle llena de árboles y ordeno un café con leche. Entonces aparecen ellos. Los dos son viejos, supongo que de más de ochenta. Él está encorvado, viste en diferentes tonos de gris desde la boina hasta el pantalón, usa lentes y camina ayudándose con un bastón. Ella es pequeña y de piel blanca y viste también de gris. Cada paso que dan les toma una eternidad pero no importa, tienen otra eternidad por delante. Ella toma la mano de él para ayudarlo a apoyarse. Él acepta esa mano y mira hacia delante. De pronto, a medio camino entre el mar de sillas, ella tropieza con una y él la sostiene con toda la fuerza que su anciano cuerpo le permite. Entonces me doy cuenta: está casi ciega. Él es sus ojos y ella es su apoyo. Seguramente hace mucho tiempo que olvidaron lo que es ser dos, individuales. Llegan a su mesa y él le acerca una silla. Se sientan en silencio, sin mirarse. Luego hablan un poco. Sólo ellos escuchan lo que dicen. En algún momento ella, guiada por su voz, voltea la cabeza hacia él y le sonríe. Y la cafetería y la calle soleada y el mundo entero se iluminan. Así quería terminar contigo. Así, juntitos hasta el último suspiro. Tal vez un día…

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