viernes, 20 de febrero de 2009

SAID

Hoy enterramos a Lín, Alicia. Lo enterramos en una caja oscura, como él no quería, con su cuerpo sólido, como él tampoco quería. Vale madres. Más correctamente, a su madre le valió madre lo que él pidió. Pero que de raro puede tener, si cuando él todavía respiraba y reía y contaba chistes tontos ella respetaba poco sus decisiones. Ahora mi amigo es libre como quería. Lo buscó con tanto ahínco en los últimos meses que se le cumplió muy rápido. Y ya estaba listo para irse, no teníamos mucho que enseñarle los de aquí. Pero también se fue porque se lo cargó el bicho, Alicia. El pinche maldito bicho puto que se queda en todos menos en mí, se quedó en Lín que era fiel. Bueno, era un caliente, pero fue un caliente fiel. El bicho se lo dejó de regalito su pendejo último amor. No entiendo bien como es que el amor puede regalarte muerte, Alicia, pero pasa. O eso dicen. O eso dicen que es el amor, quiero decir. El caso es que ahora estoy a tus pies, una vez más, con los ojos húmedos y la melancolía vuelta sonrisa. Carajo. Y a mí no me toca.
Los que me conocen bien saben que casi nunca sueno triste. Los que me conocen mal podrían pensar que sí si pudieran leer mis pensamientos de hoy. Tú que me conoces a la distancia, por encima de todos, seguro ves las cosas de manera diferente. Podrías narrar muchas horas de mis últimos meses, Alicia. Y de mis primeros, supongo. Unos podrían pensar, tú podrías narrar y yo creo que podré sacudirme aunque sea un poco esta tristeza y la lluvia en el cabello para ir a comer algo y prepararme, porque tengo trabajo esta noche. El mejor de esta ciudad no puede presentarse con carita triste ante un cliente, a menos que sea parte de lo que quiere vender. Pero la tristeza mezclada con sexo no vende, así que convertiré la sonrisa melancólica en parte del atractivo y dedicaré ésta a tu salud, que seguro ahora es más que la de cualquiera de nosotros, querido amigo.

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